miércoles, 10 de mayo de 2017

PCE

De su creación, clandestinidad y legalización.

Un sábado santo, 9 de abril de 1977, pocos meses antes de las primeras elecciones del post franquismo, el Partido Comunista de España fue inscrito en el Registro de Asociaciones Políticas tras cerca de 40 años de clandestinidad. Por aquel entonces la República Federal de Alemania, en la que gobernaba el SPD (Partido Socialista Alemán) no había legalizado a sus comunistas, y el propio PSOE se dividía entre los partidarios de apoyar la legalización del PCE y los que no querían otra fuerza que les disputase la hegemonía de la izquierda, escaldados como estaban del particular aprovechamiento, como veremos, que los comunistas habían hecho de los socialistas desde el inicio de los tiempos. ¿Qué saldo, a favor o en contra, tenían los comunistas para participar en la vida pública? Que lo decida el amable lector después de las consideraciones que se exponen a continuación.

Decían de Esparta que no tenía ejército porque Esparta era en sí misma un ejército. De los comunistas en España se podría decir que no tenían partido porque estaban encuadrados en uno fundado, en 1879, por Pablo Iglesias Posse, cuyo programa político tenía un acentuado dogmatismo marxista en lo que se refiere al análisis de la sociedad, que procedía directamente de los escritos de Karl Marx y de Jules Guesde (articulista del periódico L’Égalité a través del que difundieron las ideas marxistas en Francia) pero que tenía escaso acomodo con la realidad española, en la que el proletariado era minúsculo y la burguesía muy reducida; entre los dos no llegarían tan siquiera a la décima parte de la sociedad.
Tan es así que el primer secretario general de la UGT, sindicato creado por los socialistas en 1888, Antonio García Quejido, más tarde sería fundador del Partido Comunista de España y uno de sus primeros secretarios generales.

El punto de inflexión para la ruptura de la unidad de los marxistas españoles se sitúa en la III Internacional, en marzo de 1919, donde se alzaron victoriosas las tesis del marxismo-leninismo sobre las del reformismo. En el PSOE, y de manera especial en sus juventudes, se produjo cierto movimiento de adhesión a la Internacional Comunista. Ya cuando se constituyó en Madrid un Comité Nacional de los Partidarios de la III Internacional participaron líderes socialistas. Y el 15 de abril de 1920, en la Casa del Pueblo de Madrid, en uno de esos famosos golpes de timón, que para algunos gustos son demasiado frecuentes en la organización, se reunió en Asamblea Nacional con un solo punto en el orden del día: necesidad de transformar la Juventud Socialista en Partido Comunista.

Renovación, el periódico de la Juventud Socialista, se transformó en El Comunista, primer órgano de prensa del nuevo partido autodenominado de la clase obrera, en el que apareció su manifiesto fundacional:
"Los cuatro años de guerra y la revolución rusa –decía el Manifiesto– han modificado profundamente la ideología, el punto de vista, la táctica y los fines del proletariado en la lucha social. La II Internacional ha fracasado.
Los socialistas rusos, acérrimos enemigos de la guerra imperialista y ardientes marxistas, han roto en la teoría y en la práctica con los socialistas europeos traidores y enterradores de la II Internacional y han fundado la Internacional Comunista. 
Durante la guerra (civil rusa), el Partido Socialista español se colocó abiertamente al lado de los aliados, a quienes suponía defensores de la democracia, de la libertad y de la justicia. Este profundo error doctrinal, de tanto bulto por tratarse de una guerra imperialista tan descarada y manifiesta, patentiza enseguida la ideología de pequeña burguesía de sus líderes . . .
Hemos llegado a un momento en que seríamos cómplices de tal estado de cosas si titubeásemos en dar el paso que hoy damos".
El, recién estrenado, Partido Comunista envió una delegación al II Congreso de la Internacional Comunista reunido en Moscú a finales de julio de 1920. El poder soviético reconoció, al joven partido, como sección española de la III Internacional y le fue otorgado un puesto en el Comité Ejecutivo. Merino Gracia, flamante delegado comunista patrio, fue recibido por Lenin, quien "se interesó vivamente por los problemas de España y principalmente por la situación de los campesinos".
A partir de entonces, la franquicia española del internacionalismo se revelaría como "una fuerza política dotada de un claro contenido proletario; como un partido inspirado en los métodos y principios leninistas de organización; como un combatiente de vanguardia por la transformación de la España semifeudal y monárquica en una España democrática y abierta al progreso social", quizá como en la URSS.

Mientras tanto, la crisis en el PSOE continuaba latente. El 13 de abril de 1921 algunos delegados abandonaron el III Congreso extraordinario del PSOE y se trasladaron a los locales de la "Escuela Nueva", para cambiar una "S" por una "C" y declarar constituido el Partido Comunista Obrero Español. Veía la luz, de este modo, el segundo partido comunista de España, adherido a la III Internacional, y cuyo origen, igual que el primero, estaba en el partido del señor Iglesias, que tanto sufrió con estas deserciones.
Del 7 al 14 de noviembre de 1921, se celebró en Madrid una conferencia para la fusión de los dos partidos comunistas en un solo Partido Comunista de España (PCE), que se lanza, sin perder un minuto, a desarrollar su sentido patrimonial de las "masas de obreros y campesinos", combatiendo lo que les parece ya una "vieja teoría oportunista" del PSOE, según la cual en un período de depresión económica y de crisis de trabajo, no se deben realizar huelgas. Y echan en cara a sus excamaradas que se han vuelto unos burgueses al proclamar la necesidad de pactar una "tregua social" entre el capital y el trabajo. Mientras ellos alardean de pastorear al proletariado español según el mandato del santo padre Lenin, como recoge la revista La Internacional Comunista: "El proletariado español ha ocupado uno de los primeros puestos del mundo en los combates contra la burguesía. Es difícil hallar algo semejante a la energía huelguística que desarrollan los obreros españoles".
Tan es así que el periódico católico El Debate comparaba, con gran preocupación, la situación de España a comienzos de 1933 con la de Italia en 1919; ya que esas "masas de campesinos" habían ocupado en un solo mes casi tantas fincas como las de Italia de 1919 a 1922. La estrategia del PCE pretendía una retroalimentación entre las "acciones campesinas" de ocupación de propiedades ajenas debidas a la radicalización de las "masas rurales" contagiadas "del movimiento huelguístico del proletariado industrial" que, a su vez, repercutían en este, generando sinergias, para una "alianza de los obreros y de los campesinos".

La pretensión no era otra que importar el modelo del cruento golpe de Estado soviético de octubre del 1919, e implantar el paraíso socialista en España, lo que consiguieron sin mucho tardar porque a "la lucha de las masas trabajadoras por el pan y la tierra" respondió el Gobierno republicano-socialista con la llamada Ley de Defensa de la República, de octubre de 1931, a poco de arrancar el bienio azañista. Que era una ley del embudo para embridar a monárquicos, católicos, conservadores o cualquier otro sospechoso de animadversión hacia la República, pero que también sirvió para "reprimir violentamente las aspiraciones de la clase obrera y de las masas campesinas". El caso es que las tragedia de Castilblanco, Arnedo y Casas Viejas fueron los frutos sangrientos de los desmanes revolucionarios y de la represión gubernamental.
Pongamos un dato sobre la mesa: los representantes de "las masas obreras y campesinas" en la elecciones legislativas de julio de 1931 obtuvieron 60.000 votos.

En paralelo a la acciones desestabilizadoras, el PCE, desarrolla una estrategia de coalición siguiendo al detalle el manual del buen revolucionario que aconseja las alianzas cuando se hace imposible la toma del poder por medios propios. De este modo el "Partido propugnó y propició la creación del Frente Antifascista", concebido para agrupar a cuantos estuvieran dispuestos a "cerrar el paso a la reacción". Inicialmente este Frente Antifascista estuvo integrado por el Partido Comunista, la Juventud Comunista, la Confederación General del Trabajo Unitaria, la Federación Tabaquera, el Partido Federal, la Izquierda Radical Socialista y "diputados de diversas tendencias". Las cinco primeras eran organizaciones vinculadas a las corrientes comunistas.
Y fue en Málaga, en noviembre de 1933, donde se creó el primer Frente Popular con el pacto entre comunistas, socialistas y republicanos, gracias al cual "la candidatura antifascista triunfó sobre la reaccionaria", saliendo elegido el primer diputado comunista de España: Cayetano Bolívar. El camino hacia la coalición frentista de 1936 se allanaba a costa de torcer el brazo a la corriente moderada, social demócrata, del PSOE.

Largo Caballero, que había sido en 1920 y años posteriores, junto a Besteiro, según la propaganda comunista, "uno de los clásicos representantes de la tendencia derechista-oportunista en las filas del Partido Socialista" pasó de la colaboración con la dictadura de Miguel Primo de Rivera y con los gobiernos republicanos a posiciones extremistas que representaban un gran paso hacia la transformación del Partido Socialista en un partido obrero clasista y preparaban el terreno para el entendimiento entre los dos partidos que se disputaban el espacio de la izquierda revolucionaria nacional: el Partido Comunista y el Partido Socialista. El PCE conseguía avanzar en la estrategia marcada y saludó este cambio esforzándose en establecer con el PSOE un acuerdo como base para "la realización de la unidad de la clase obrera, sin lo cual no era posible oponer una resistencia seria a la amenaza fascista".
Los dirigentes socialistas que antes eran denostados, y descalificados con todo tipo de improperios y medias verdades, los Iglesias, Prieto, Caballero, Besteiro, De los Ríos . . . etcétera, de burgueses, golpistas, vendidos a la oligarquía, monárquicos, fascistas o reaccionarios, ahora son alabados y atraídos al estanque dorado de la alianza proletaria. Algo parecido sucedió con las demás fuerzas republicanas y separatistas que deberían formar la gran coalición que permitiese la entrada de los comunistas en el gobierno.

Llegamos a noviembre de 1933 y en las elecciones a Cortes gana el centro derecha. Sucede lo que no debería suceder jamás, pierden los que habían "traído la República", y los principales dirigentes de los republicanos de izquierda, nada más conocerse los resultados electorales, encabezados por Manuel Azaña, presionan a Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, para que convoque nuevas elecciones antes de que se constituyeran las Cortes recién elegidas. ¿Por qué? . . . porque no habían ganado los que tenían que ganar.
La coalición de derechas obtuvo 158 diputados (115 de la CEDA, 30 de los agrarios y 13 independientes). Los monárquicos 39 (20 de los tradicionalistas, 14 de los alfonsinos de Renovación Española, 4 independientes y otro del Partido Nacionalista Español). Uno de Falange Española. Mientras que el centro/derecha y el centro obtuvieron 138 diputados (102 el Partido Radical,  17 el Partido Republicano Conservador, 9 el partido Liberal Demócrata, 3 del partido Republicano Progresista, 2 del Partido Republicano de Centro y 5 independientes). Los regionalitas y nacionalistas de centro y derecha 37. La izquierda marxista obtuvo 63 diputados (59 el PSOE, 3 de Unión Socialista de Cataluña y uno del PCE). Los republicanos de izquierda consiguieron 13 escaños (5 de Acción Republicana, 4 de los federales, 3 el Partido Radical Socialista Independiente y uno el Partido Radical Socialista). Y los nacionalistas de izquierda 24 diputados (17 ERC, 3 el Partido Republicano Gallego y uno UR).

Se había producido un vuelco espectacular respecto al resultado de las elecciones a Cortes Constituyentes. Se encargó a Lerroux del Partido Radical la formación de Gobierno que fue apoyado por Gil Robles y su CEDA. En octubre de 1934 Lerroux decide incluir en su Gobierno a tres ministros de la CEDA. Algunos en el PSOE planteaban la idea de una insurrección popular para recuperar lo que las urnas les había negado. El 25 de septiembre ya se anunciaba en El Socialista: "Renuncie todo el mundo a la revolución pacífica; bendita sea la guerra". Y dos días más tarde añadía:
"Las nubes van cargadas camino de octubre. Repetimos lo que dijimos hace meses: ¡Atención al disco rojo! El mes próximo puede ser nuestro octubre. Nos aguardan días de prueba, jornadas duras. La responsabilidad del proletariado español y de sus cabezas puede ser enorme. Tenemos nuestro ejército a la espera de ser movilizado. Y nuestra política internacional. Y nuestros planes de socialización".
El Partido Comunista, por su lado, propuso la declaración de la huelga general en toda España como medio de impedir la entrada de la CEDA en el Gobierno, pero el Partido Socialista rechazó esta proposición ya que "había anunciado a los cuatro vientos que la entrada de la CEDA en el Gobierno sería la señal para la insurrección y había instruido a todas sus secciones en este sentido".
El PCE tenía muy claro que el manual del buen marxista enseña que no se puede jugar a la insurrección sin garantías, que para que esta triunfe son necesarias unas premisas que en aquel momento aún no se daban. Pero los comunistas, pese a las discrepancias sobre los métodos y los tiempos se subieron al carro socialista, "no pensaron ni un momento en quedarse al margen de la lucha, sino que se entregaron a ella con verdadero fervor, dedicándole todas sus fuerzas, su entusiasmo y su experiencia, sin reparar en riesgos ni escatimar sacrificios".

La insurrección tuvo un seguimiento muy desigual y fue controlada por el Gobierno. Sin embargo, hubo dos territorios donde las jornadas de octubre tuvieron un especial significado: Asturias y Cataluña.
El Comité Revolucionario de Largo Caballero había nombrado comisiones rebeldes para cada capital de provincia, pero aparte del caso asturiano, las únicas revueltas socialistas serias tuvieron lugar en Vizcaya, Guipúzcoa, Palencia y León.
En Barcelona, la Alianza Obrera encontró un aliado clave en el Gobierno de la Generalitat. Companys proclamó la formación del "Estado catalán dentro de la República Federal española".
El gran drama de la insurrección de 1934 tuvo lugar en Asturias, donde una Alianza Obrera revolucionaria fuertemente apoyada por la CNT local se sustentaba sobre la sindicación de casi el 70% de los trabajadores. Más de veinte mil milicianos se organizaron con celeridad y enseguida obtuvieron armas en cada uno de los puestos de policía que asaltaron; en la Fábrica de Armas de Trubia consiguieron veintinueve cañones. España en armas pendiente de una revolución y de una guerra civil.
Historiadores tan diversos como Salvador de Madariaga, Carlos Seco Serrano, Sir Raymond Carr, Edward Malefakis, Gabriel Jackson, Gerald Brenan, Richard Robinson, Stanley Payne, Jesús Palacios, Carlos M. Rama y Ricardo de la Cierva han descrito octubre de 1934 como "el preludio de" o "la primera batalla de" la Guerra Civil.
Pero ¿qué supuso para el PCE? . . . una oportunidad. La de atraer a su estrategia a las fuerzas de izquierda y reabrir la herida interna del PSOE, alentando a los radicales y acorralando a los moderados. Y con esas nos plantamos en 1936.

Después de muchas negociaciones se llegó a la elaboración de un pacto en enero de 1936. El denominarlo "Pacto del Bloque Popular" era un reconocimiento de la influencia que había adquirido el PCE.
El Frente Popular, en febrero, obtuvo oficialmente 268 diputados (158 republicanos, 88 socialistas, 17 comunistas), contra 205 de la derecha y del centro. Gracias a Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García conocemos el calibre del fraude cometido: al menos 50 actas de diputado se adjudicaron indebidamente al Frente Popular.

Los revolucionarios caballeristas predicaban el objetivo de la "bolchevización" del socialismo español, de convertirlo en un "instrumento revolucionario" como había sido el bolchevismo ruso en 1917." El caballo de Troya, con la panza repleta de comunistas, estaba intramuros del PSOE aguardando su oportunidad y dos meses después de la cita electoral el partido sufrió la madre de todas las emboscadas.
Cuando los radicales comprobaron que el PSOE no se bolchevizaba adecuadamente unificaron la Juventud Socialista y la Juventud Comunista en una sola organización, lo que tuvo lugar el primero de abril de 1936 fue el alumbramiento de la Juventud Socialista Unificada. La nueva entidad juvenil encabezada por Santiago Carrillo (secretario general), Trifón Medrano, Fernando Claudín y otros santos varones, proclamó que su objetivo era organizar y educar a la joven generación "en el espíritu de los principios del marxismo-leninismo". La segunda realización unitaria fue la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), que tuvo lugar el 23 de julio de 1936, como resultado de la fusión de cuatro partidos obreros: el Partido Comunista de Cataluña, la Sección Catalana del PSOE, la Unión Socialista y el Partido Proletario. Al constituirse, el PSUC dio su adhesión a la Internacional Comunista.
El Partido Comunista de España, dirigido desde Moscú, contribuyó con todas sus fuerzas a la creación de la JSU y del PSUC. En ningún otro lugar de Europa la política marcada por el VII Congreso de la Internacional Comunista se había plasmado en logros tan deseados como la creación del Partido Socialista Unificado de Cataluña y de la Juventud Socialista Unificada. Con estos éxitos el PCE dejará de ser un partido minoritario, al lograr absorber unas colosales Juventudes que, dicen, contaban con 100.000 afiliados en unos momentos en los que el PCE no pasaba de los 30.000.

Mientras tanto la insostenible situación política del Gobierno, salido de las fraudulentas elecciones del 36, regaba las calles de violencia. El asesinato del dirigente político monárquico, Calvo Sotelo, en el que "el Partido Comunista no tuvo ni arte ni parte, ni de cerca ni de lejos", dio inicio al alzamiento, o a la sublevación según gustos y colores, del 18 de julio.
Los dirigentes republicanos moderados trataron de pactar con los sublevados. Tal fue el significado del intento de Martínez Barrio de formar un nuevo Gobierno el 19 de julio, después de la dimisión de Casares Quiroga, pero "los trabajadores que habían derrotado a la reacción en las elecciones de febrero hicieron acto de presencia en la calle", orientados y animados por el Partido Comunista, para exigir del Gobierno y del presidente de la República que el pueblo fuera armado. El PCE no dudó un instante en que la negociación con los rebeldes, y un posible acuerdo que evitase el enfrentamiento, fuese conveniente. Los radicales volvieron a torcer el brazo a los moderados y José Giral formó Gobierno, sin olvidarse de armar "al pueblo".
En esa lucha tan deseada, "contra los fascistas", se ocuparon desde el primer instante los dirigentes comunistas. "Allí estaban José Díaz, Dolores Ibárruri, Vicente Uribe, Pedro Checa y Antonio Mije. Junto a los comunistas, rivalizando en heroísmo, combatieron los dirigentes de la JSU: Santiago Carrillo, Medrano, Claudín, Cazorla, Melchor, Gallego, Andrés Martín y Lina Odena".

En el ámbito internacional el PCE, frente a la política de No-Intervención de la Sociedad de las Naciones, recabó el apoyo de la U.R.S.S. Los Partidos Comunistas, donde los había, movilizaron "las amplias masas trabajadoras" y la expresión del internacionalismo proletario se cristalizó en las Brigadas Internacionales.
Es curioso que en apoyo del Gobierno de la República acudiese Stalin mientras que León Blum, socialista y presidente del Gobierno francés, fuera el que apadrinó la No-Intervención; que otro socialista, Spaak, ministro de relaciones exteriores del Gobierno belga, fuese el primero que planteó el reconocimiento del bando nacional; que fueron los Gobiernos de los países escandinavos, también con sus socialistas, los que se apresuraron a enviar a representantes económicos a Burgos, capital de los alzados, y de los primeros en reconocer al Gobierno del General Franco. Y tampoco estaría de más recordar que el Pacto de Munich fue apoyado y aclamado por los dirigentes de la socialdemocracia internacional.

Internamente los comunistas españoles centraron sus esfuerzos, "con la perspectiva de una lucha larga", en la creación del 5º Regimiento, embrión del añorado Ejército del Pueblo que debía regirse, por las enseñanzas del marxismo-leninismo, con estos postulados esenciales: utilización de los "mandos que iban surgiendo del pueblo" en los puestos a los que eran elevados por los propios combatientes; preparación y educación de nuevos cuadros, también "surgidos del pueblo"; utilización simultánea en el nuevo ejército de todos los antiguos militares fieles a la República; y por supuesto, como marcaba el Ejército Rojo, "nombramiento de comisarios políticos en todas las unidades de las fuerzas armadas".
De este modo cuando en octubre de 1936, el Gobierno publicó el decreto de creación del Ejército Popular, de los seis jefes nombrados para organizar las primeras seis brigadas, cuatro eran comunistas y pertenecían al 5º Regimiento, incluido Enrique Lister el jefe del mismo y designado para formar la Primera Brigada. Esta, como las cinco restantes, fueron constituidas con fuerzas pertenecientes en su totalidad al 5º Regimiento. A finales de diciembre ya se habían incorporado a las filas del Ejército Popular el 70 % de las fuerzas del Regimiento, y el resto continuó haciéndolo paulatinamente.

Pero, pese al esfuerzo del PCE, la "Gran Guerra Revolucionaria" se estaba convirtiendo en la guerra que estaba ganando Franco. Los intentos de alargarla no convencían en el frente republicano y se buscaron responsables. Besteiro, el Coronel Casado y la Junta que denominaron "Consejo de Defensa" se convirtieron en la bestia negra del comunismo por dejarse convencer por los Gobiernos de Gran Bretaña y Francia. "Fueron los servicios del imperialismo anglofrancés los que impulsaron la preparación y ejecución del complot contra la República". El 27 de febrero de 1939 el embajador inglés comunicó oficialmente al Gobierno de Negrín que ese mismo día se presentaría en la Cámara de los Comunes, para su votación, la resolución que reconocía al Gobierno de Franco y que retiraba la representación diplomática inglesa cerca del Gobierno de la República. A esta iniciativa se sumó el Gobierno francés.


Terminada la Guerra Civil el PCE pasó a la clandestinidad: "Al Partido no se le ve, pero se le siente". Los que no lograron salir de España conformaron el maquis, pequeñas unidades dedicadas al sabotaje subsistieron "echadas al monte" para evitar el tiempo de "los ajustes de cuentas". La Guerra se había configurado desde el principio como una apuesta de máximo riesgo: todo o nada. Y el bando vencedor tenía muchas cuentas pendientes.
Con el estallido, en el mes de septiembre, de la IIGM se renovaron las esperanzas de que en España hubiese una segunda oportunidad para con los vencidos, pero el pacto de no agresión entre la Unión Soviética y la Alemania nazi, y el reparto de Polonia, supusieron un retorno a la realidad del mes de abril.
El comunismo español tuvo que esperar hasta la victoria soviética de Stalingrado para albergar nuevas esperanzas de que los Aliados derrotasen al Eje e interviniesen en España. Lo primero sucedió en 1945, pero lo segundo nunca figuró entre los objetivos de Londres y Washington. Es más, finalizada la IIGM, y con la amenaza del nazismo desaparecida, que ejercía de nudo gordiano de los intereses de las potencias aliadas, las disensiones entre dos formas antagónicas de entender el mundo comenzaron a ser las bases sobre las que girarían la política internacional hasta la caída de la Unión Soviética.

El intento de vincular, lo que el PCE bautizó como, "la Gran Guerra Revolucionaria" con la IIGM solo quedó en intento y en parte de la propaganda de confrontación. Sobre Europa, en palabra de Churchill, había caído un "telón de acero", y ese telón pretendía ocultar las carencias y miserias de la realidad soviética. Los comunistas españoles tuvieron que abandonar toda esperanza, si es que todavía la tenían a finales de los años 40, de una intervención extranjera que derrocase el régimen surgido de la guerra que ganó Franco. "El Partido se replegó en condiciones extraordinariamente difíciles y se preocupó de un modo especial de salvar el máximo de camaradas".
Stalin no podía olvidar su fracaso en España ni la participación de la División Azul dentro de sus fronteras. La presión que ejerció en la Conferencia de Potsdam de 1945, y en las Naciones Unidas en 1946 se saldó con una condena a la dictadura de Franco por la ayuda prestada a las potencias del Eje. Pero la amenaza del imperialismo soviético a la paz en el mundo, y la nueva política de bloques, hizo que esa condena no se tradujese en medidas concretas, tales como la ruptura de relaciones diplomáticas y comerciales.
El bloque comunista se fue apropiando del control de los países por los que avanzaba su bien engrasada maquinaria de guerra. El Ejército Rojo llegó a Berlín y desde ahí hacia el este florecieron "repúblicas democráticas populares": Alemania Oriental, Polonia, Albania, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, y Yugoslavia. 
Países de Asia como China, Corea del Norte y, posteriormente, Viet-Nam se constituyeron en "el campo mundial del socialismo", sobre la vida y destino de mil millones de almas que ocupaban la tercera parte del globo terráqueo. Luego continuaría la expansión por Hispanoamérica y África, pero esa es otra historia.

Mientras tanto en Méjico se había constituido en 1945, después de la dimisión de Negrín, un nuevo Gobierno republicano en el exilio presidido por José Giral. Con Santiago Carrillo como ministro del mismo. Desde esa fecha hasta el verano de 1947, el PCE participó, al lado de los partidos republicanos, del PSOE, de un grupo cenetista y de partidos separatistas, en los Gobiernos republicanos presididos en el exilio por Giral y Llopis. Ya estaba al frente de la Secretaría General Dolores Ibarruri, tras la muerte de José Díaz.
Pero un nuevo desencuentro con los moderados del PSOE volvió a fastidiar la preconizada unión de los comunistas. Prieto, en el verano de 1947, consiguió que una Asamblea de Delegados del PSOE votase la retirada de este del Gobierno presidido por el socialista Llopis, lo que equivalía a su liquidación.
Ante el III Congreso del PSOE en el exilio, Prieto definió la esencia de la política que preconizaba para acabar con la dictadura en los términos siguientes:
"Camino no hay otro . . . que el de servir los deseos de las potencias occidentales reduciéndonos a lo que dichas potencias quieren concedernos".
Y lo que las potencias occidentales querían conceder no era ni más ni menos que la continuación del Gobierno de Franco.

En plena guerra fría el PCE tuvo que enfrentarse con nuevas dificultades. La política de los Gobiernos occidentales, incluso la de la Internacional Socialista, se centraba en el anticomunismo. El Gobierno francés, en el que participaban los socialistas, prohibió Mundo Obrero; numerosos militantes del PCE y del PSUC fueron detenidos y deportados.
En febrero de 1956 se reunió el XX Congreso del PCUS.
Y el PCE aprobó todas sus tesis así como la declaración de la Conferencia de Moscú. "El Partido tomó posición contra el revisionismo en todos los problemas palpitantes planteados en el mundo . . . defendió la unidad del campo socialista y del movimiento comunista internacional sobre la base del marxismo-leninismo, se alzó contra la especulación escandalosa que el imperialismo intentó hacer de los sucesos contrarrevolucionarios de Hungría y condenó las posiciones anti marxistas adoptadas en el Congreso de Liubliana por la Liga de los Comunistas de Yugoslavia."

Una vez que desistieron de sus intentos de rebelión popular "de las masas obreras y campesinas", la dirección del PCE regresó al viejo concepto de preguerra de la "Unión Nacional", proponiendo una "reconciliación nacional de los españoles", al tiempo que miembros del partido se infiltraban en las organizaciones del Movimiento, especialmente en las católicas (la Juventud Obrera Católica (JOC), las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC) y el movimiento sindical de Acción Católica), para desestabilizarlo y promover conflictos laborales y políticos.

En los años sesenta de toda la oposición izquierdista, únicamente los comunistas, como prácticamente desde que terminó la Guerra Civil, permanecían activos, aunque habían moderado sus tácticas y abandonado cualquier idea de derrocar la dictadura. El único sector político que realmente preocupaba a Franco eran los monárquicos.
El 30 de julio de 1974, el PCE había constituido en París, la Junta Democrática, integrada por dos pequeños partidos neo marxistas y un útil compañero de aventura: la transfigurada Comunión Carlista Tradicionalista, que bajo el liderazgo de Carlos Hugo había evolucionado desde la extrema derecha hasta la izquierda para abrazar el socialismo autogestionario.
Para rematar la conjunción de nuevos afines, desde Portugal don Juan se une a la Junta y pretende convertirse en "el rey de los rojos" (durante el Alzamiento pretendió todo lo contrario). Mientras tanto, en junio de 1975, el PSOE y otros partidos de izquierda y liberales se agruparon en la Plataforma de Convergencia Democrática, a la que también se unió el aspirante carlista Carlos Hugo. La Junta Democrática "comunista" llegó a organizar una conferencia en una sala del Congreso en Washington, en junio de 1975, para pedir al Gobierno norteamericano "que ejerciera presión directa sobre Madrid" tras la muerte de Franco, lo que supuso un ejemplo curioso de un partido comunista apremiando a la administración norteamericana para que interviniera en los asuntos internos de un país soberano.

Pocos años después, en 1977, un sábado santo, el PCE fue legalizado. Lo que sucedió más tarde quizá lo contemos en otra ocasión.