domingo, 27 de diciembre de 2015

Oriente contra Occidente.

El desconocimiento de la historia está penado con la repetición de los errores cometidos en el pasado.
En la antigüedad, el imperio persa no se conformó con el dominio del Medio Oriente y se estrelló contra Occidente en Maratón y Salamina, primero, y en Las Termópilas y Platea después. El choque de dos culturas, dos formas de entender la vida, la economía y la política. Los descendientes de Ciro "el Grande" -hijo de Cambises, de la casa de los Aqueménidas-, Darío I y su hijo Jerjes I, acecharon la Hélade y se toparon con Atenas y Esparta liderando a los griegos. Súbditos de Oriente contra ciudadanos libres de Occidente. Resultado 3-1 a favor de Occidente (en las Termópilas, único gol de Persia, de penalti pitado por Efialtes en el último minuto).
Poco después, agotadas las fuerzas tras la guerra del Peloponeso con la caída de Atenas, el auge de Esparta y la inesperada victoria de Tebas . . . surge la potencia del norte. Macedonia despunta con Filipo que une a los bravos señores de la montaña en un ejército formidable. Su hijo Alejandro se lo demostrará a Darío III en sus tierras y en sus carnes. Después de la batallas del río Gránico, Issos y Gaugamela se acabó Persia. Resultado 3-0 a favor de Occidente.
El imperio romano se las tuvo con los nuevos señores de Oriente: los partos arsácidas. El fracaso de Marco Licinio Craso no pudo ser reparado por Cayo Julio César; los idus de marzo se interpusieron en su camino mientras preparaba la campaña parta. De no ser por eso quizá se habría acabado el enfrentamiento entre civilizaciones con la romanización del Medio Oriente; pero no fue así, porque el más grande hombre que dio Roma cayó asesinado a los pies de la estatua de Pompeyo y, de premio, tres siglos de enfrentamientos entre Roma y Partia en Siria, Armenia, Mesopotamia, Capadocia, Galacia, Anatolia, Babilonia, Seleucia, Arabia, Judea . . . Lo que hoy son: Irán, Iraq, Turquía, Armenia, Georgia, Azerbayán, Turkmenistán, Afganistán, Tayikistán, Paquistán, Siria, Líbano, Jordania, Palestina, Israel, Kuwait y la parte del golfo pérsico de Arabia Saudí. Resultado 10-10. Tablas entre Oriente y Occidente y agotamiento de los dos contendientes.
Caído el imperio romano de Occidente y con la llegada de los sasánidas resurge el segundo imperio persa que mide sus fuerzas con el imperio romano de Oriente. De nuevo tablas después de siglos de conflicto.
¿Guerras de religión en estos enfrentamientos? ¿Zeus y Ares contra Ahura Mazda y Mitrha? ¿O los devotos de Júpiter y Marte contra los seguidores de Zoroastro?
Yo no lo creo. ¿Y después?
Hasta el 380 el cristianismo no se convirtió en la religión oficial. Desde el edicto de Milán de 313 los cristianos dejan de ser perseguidos y el cristianismo se extiende por todos los territorios en Occidente y en Oriente. Mientras que el imperio romano de Occidente llega a su fin en el año 476 -cuando Odoacro destituye al joven emperador Rómulo Augusto y asume el gobierno de Italia- Bizancio, el imperio romano de Oriente, asume en solitario el peso del enfrentamiento con el segundo imperio persa. Tampoco aquí hubo un ganador y siguió el empate en el marcador.
Pero he aquí que en 622 en "la ciudad del profeta", que es lo que significa Medina, Mahoma funda su Teocracia, su Estado Islámico, que se irá expandiendo a costa de los imperios persa y bizantino. Su sometimiento es implacable, en veinte años los territorios que posee se extienden desde Persia y Pakistán hasta la actual Libia, igualando a los mayores imperios de la Antigüedad. En 638 cae Jerusalén. Le siguieron Alejandría, continuaron hacia Trípoli y de aquí a Cartago, que cayó en 698. Y los soldados de Alá llegaron a Ceuta. La antigua provincia romana de África y su floreciente comunidad cristiana quedó bajo el poder del Islam, que no tardaría en asentar sus reales en la Hispania visigoda. Resultado: Victoria por goleada de Oriente contra Occidente.
Nos encontramos con que un nuevo instrumento, la guerra santa se encarga de desalojar a Occidente de los inmensos territorios adquiridos por griegos, macedonios y romanos, y con que en 711, Guadalete de por medio, penetra en el continente europeo hasta Poitiers, en 732, donde son derrotados por los francos.
Algunos historiadores consideran la reconquista de España como la primera cruzada. Desde Covadonga, año 722, hasta la conquista de Granada, en 1492, pasan casi 800 años en los que Occidente vuelve a ganar el partido a Oriente.
Aprovechando la debilidad musulmana tras el fin del Califato y la disgregación de los Reinos de Taifas, se supera la Cordillera Central ocupando la cuenca del Tajo y Toledo se reconquista en 1085.
Pero llegaron los turcos.
Los encontramos en el este del mar Caspio donde habitaban los nuevos actores, los uguz o turcomanos. El grupo selyúcida se separó de los uguz en el año 950 y se desplazó hacia el sur y el oeste. El califa abasí de Bagdad les pidió ayuda contra los fatimitas de Egipto y los bullidas de Persia, y los selyúcidas se la prestaron. Dirigidos por Tugril Bel invadieron Persia y hacia el año 1055 ya habían ocupado Bagdad. El califa abasí nombró a Tugril sultán bajo sus órdenes, sin embargo lo que había conseguido era entregar el Imperio abasí a los selyúcidas. De esta forma pasaron de ser una simple tribu nómada a dueños y señores del mundo islámico.
Ante las circunstancias no es sorprendente la unión de los reinos cristianos bajo la guía del Papa para luchar contra el Islam y recuperar los territorios que habían sido parte del Imperio romano o de su sucesor el Imperio Bizantino -Siria, Egipto, África del Norte, Hispania, Chipre- y sobre todo Jerusalén y Palestina, lugares sagrados donde Jesucristo y sus apóstoles habían vivido. Estamos en 1095 y esto es la primera cruzada; a la que siguieron siete más y doscientos y pico años de contiendas.
"Algunos dicen que cuando los señores de Egipto vieron la expansión del imperio selyúcida, se asustaron y pidieron a los frany que marcharan sobre Siria y establecieran un tapón entre ellos y los musulmanes. Solo Dios sabe la verdad."
Esta explicación dada por Ibn al-Atir sobre el origen de la invasión franca nos muestra la división existente en el mundo islámico entre los sunníes, que dicen pertenecer al califato abasida de Bagdad, y los chiitas, que se identifican con el califato fatimita de El Cairo. El cisma, que procede de un conflicto en el seno de la familia del Profeta, no ha dejado nunca de provocar luchas encarnizadas. Incluso a los hombres de Estado como Saladino, la lucha contra los chiitas les parecerá por lo menos tan importante como la guerra contra los frany. A los «herejes» los acusan regularmente de todos los males que padece el Islam, y no es sorprendente que se les atribuya la propia invasión franca. Dicho esto, si bien es totalmente imaginario que los fatimitas llamaran a los frany, la alegría de los dirigentes de El Cairo con la llegada de los primeros cruzados sí que es real.
Los ayubíes fueron la dinastía fundada por Saladino en 1169, que gobernó en Egipto, Palestina y Siria. Con la llegada de los séptimos cruzados (1248-1254), el pueblo musulmán, que estaba cansado de los últimos sultanes ayubíes por su indecisión e ineficacia en el enfrentamiento con los invasores europeos, se echa en los brazos de los Mamelucos; soldados esclavos convertidos al Islam y que constituyeron un sultanato en Egipto y regiones vecinas entre 1250 y 1517. De origen no musulmán provenientes del sur de Rusia y del Cáucaso se constituyeron en una milicia que fue organizada por el sultán ayubí as-Salih Ayub (1240-1249).
Expertos combatientes y dotados de un valor extraordinario, estos soldados del Islam frenaron el avance de los mongoles de Hulagú y de Ghazán, y lograron reconquistar Siria y Palestina a los cruzados; erradicando definitivamente esa amenaza occidental.
Dice el medievalista británico Steven Runciman: «La victoria mameluca salvó al Islam de la amenaza más peligrosa con que se había enfrentado nunca. Si los mongoles hubieran penetrado en Egipto no habría quedado ningún Estado musulmán importante en el mundo al este de Marruecos.»
Tras el ataque mongol en 1243 sobreviven pequeñas regiones autónomas, entre ellas, el sultanato de Rüm en Anatolia. De aquí sale Utmán I, también conocido como Osmán, fundador del imperio otomano que con Solimán el Magnífico (1495-1566) alcanzó su máximo esplendor. La gloria del Imperio otomano se inició con la toma de Constantinopla por Mehmet II en 1452 y culminó cuando Solimán el Magnífico logró apoderarse de Hungría en 1526.
La intervención turca en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras, y su clara amenaza sobre la cuenca occidental del Mediterráneo después de ocupar Túnez, presagiaba una amenaza directa contra España y el resto de Europa. Los paramos en Lepanto en 1571, después de que tomasen Chipre. Don Juan de Austria arenga a los españoles:
"Hijos, a morir hemos venido, o a vencer si el cielo lo dispone. No deis ocasión para que el enemigo os pregunte con arrogancia impía ¿Dónde está vuestro Dios? Pelead en su santo nombre, porque muertos o victoriosos, habréis de alcanzar la inmortalidad".
Y ciento y pico años después, en 1683, llegan a las puertas de Viena. En 1696, Rusia toma Azov, comenzando la larga serie de guerras ruso-turcas. En 1783 los rusos anexionan Crimea. El Imperio Otomano va perdiendo dimensión, combate junto a los alemanes en la I Guerra Mundial y en 1923 se transforma en la República Turca.
Después de la II Guerra Mundial y con motivo del holocausto judío, a manos del nacional socialismo, la solución final consiste en la irrupción de un nuevo actor: el Estado de Israel en tierras de Palestina
El mundo árabe, fascinado y a la vez espantado por el "peligro rubio" al que, in illo témpore ha vencido, pero que, con el paso de los siglos, ha conseguido dominar la tierra, no es capaz de digerir las cruzadas como un episodio del pasado que ya no volverá. Causa sorpresa ver hasta qué punto la actitud de los árabes, y de los musulmanes en general, respecto a Occidente sigue bajo la influencia de unos enfrentamientos acaecidos hace siete siglos.
Hoy en día los responsables religiosos y políticos del mundo árabe se remiten con frecuencia a Saladino, a la caída y toma de Jerusalén. Se equipara a Israel, tanto de forma popular como en algunos discursos oficiales, a un nuevo Estado de cruzados. Al presidente Nasser, en sus días de gloria, lo comparaban con Saladino que, como él, había reunido Siria y Egipto. Incluso la expedición de Suez de 1956 se vivió, al igual que la de 1191, como una cruzada dirigida por franceses e ingleses.
En el Islam aflora un sentimiento de persecución que adquiere, en los fanáticos, la forma de una peligrosa obsesión. ¿Acaso no vimos al turco Ali Agka disparar al papa el 13 de mayo de 1981 tras haber explicado en una carta: He decidido matar a Juan Pablo II, comandante supremo de los cruzados?
El Medio Oriente, envuelto en el fundamentalismo, sigue viendo en Occidente un enemigo secular; coincidiendo con no pocos ciudadanos occidentales, que desconocedores de su historia, parecen dispuestos a abrazar cualquier cosa, aunque sea su propia ruina.